Progenitores ausentes ante hijos/as enREDados

Progenitores ausentes ante hijos/as enREDados

La obsolescencia programada  o el “comprar, tirar y comprar” es un signo de nuestros tiempos. Es la forma de incentivar el consumo, una de las formas de mover la economía, mediante el gasto corriente. Se basa en el hecho de que lo nuevo es mejor y, además, necesario. Pero lleva implícita una diabólica trampa: nada perdura, nada se recicla…

… sólo importa lo que se puede adquirir, el nuevo modelo de móvil, la nueva actualización del smarphone o  las nuevas prestaciones de tal coche. La tecno-semántica se ha apoderado de nuestro día a día. ¿Somos reciclables las personas adultas a ojos de las nuevas generaciones?  No es añoranza por el pasado, de las épocas en las que los ancianos/as  eran mirados con afecto y atención, porque se les atribuía la trasmisión de un saber. Un saber biográfico: una vida vivida, llena de relatos.

Repito, hoy el pasado no cuenta, ya que nos han incubado el virus de atender lo nuevo con desaforada ansia; para “tirarlo, comprarlo y tirarlo”. Un ansia muy difícil de regular, de domesticar, porque las mass-media ya se encargan de adoctrinarnos con la idea de que en el consumo se halla lo que nos falta para sentirnos mejor. Se trata del consumismo como antidepresivo.  Se trata de una mentira que genera violencia, porque otorga pleitesía al principio del placer, al “yo-mi-me-conmigo…”, con la consabida incapacidad de tolerar la espera y la frustración, así como la opinión ajena, etc

La agresividad es estructural, viene de serie en el ser humano, y es por ello que debe de ser regulada, para impedir que se manifieste de forma caótica. Si queremos apostar por la convivencia, tenemos que domesticar el impulso hacia la compulsión. Un impulso que tiene su manifestación en el devenir diario y, particularmente, en el terreno de las relaciones.

El hecho de que el bulling esté tan presente en los medios, no es señal de que éste sea un fenómeno nuevo. Sabemos que   viene de siempre, pero cabe decir que hoy en día se presenta con ciertas particularidades propias de la época. Una de las más significativas es que la intervención del adulto no resulta tan determinante para erradicarla como hace veinte años, por ejemplo.

Si hablamos de violencia  filio-parental, también hablamos de la caída del autoritas del padre o la madre. La obediencia como valor de respeto no está tan asegurada, como tampoco es  tan reconocible  la capacidad antaño atribuida por los hijos/as a sus padres y madres de servirles de brújula en el devenir, como portadores de un saber e inventores de soluciones.

Es la pantalla  la que ha usurpado el lugar al padre y a la madre, convirtiéndose en el nuevo guía e  interlocutor para los púberes y adolescentes de nuestros días. Es donde buscan las respuestas y donde hacen amigos/as, en un afán de contabilizar la popularidad. La pantalla no es sólo un espacio lúdico; es un territorio en el que google, yahoo y demás  monitorizan la educación, los gustos y la socialización de los jóvenes de hoy, en tanto padres y madres estamos absolutamente ajenos de los contenidos que visitan. Antes les poníamos un video a los más pequeños. Ahora les ponemos una Tablet, para que entren en la red, una red que sin guía hace de guía y les acaba enredando en la ciebereducación, absortos en la pantalla, mientras se hacen ajenos al encuentro con un ser adulto, significativo, sin cuya participación no se regula el impulso, ni se interioriza un auténtico GPS vital.

El acto agresivo y el acto violento: Mensaje o despropósito

Sín palabrasLa agresividad es algo inherente a la naturaleza del ser humano. Es una emoción, como lo puede ser la alegría o la tristeza. Además, la manifestación de la misma se debe entender en función del momento en que aparece, de las causas que la precipitan, hacia quién va dirigida y el por qué.

Los bebés cuando nacen manifiestan agresividad. Tienen hambre y lloran, se sienten sucios y gritan, se sienten solos y se quejan.

Hasta aquí todo normal, nadie siente que esta expresión de agresividad tenga que ver, con algo problemático. La madre o el padre, en el mejor de los casos, son capaces de entender en qué momento aparecen estas manifestaciones, qué causas tienen que ver en la situación que se genera, hacia quién se dirige el niño/a y el por qué. La familia responde adecuadamente hacia la petición, que entiende que le hace el bebe, es capaz de tranquilizarlo y de cubrir sus necesidades.

Esto es lo que pasa en la mayoría de las familias, pero algunas se preguntan ¿por qué no se calma este niño?

Bien, descartemos problemas de índole física, que podrían estar interfiriendo en las sensaciones del menor. A veces ocurre que la provisión de cuidados suficientemente buenos, se interrumpe. Problemas en la pareja, laborales, individuales en alguna de las dos figuras parentales, provoca que la situación de estabilidad familiar se vea menoscabada. Así pues la percepción del niño se ve influenciada por estos problemas externos que le afectan en su desarrollo interno, provocando un nivel de tensión mayor que en ocasiones es más difícil de calmar por un medio ambiente, que a su vez está atravesando un mayor momento de inestabilidad.

En la medida en que sigue el crecimiento en el menor, estas situaciones problemáticas del pasado han podido quedar escondidas. Pero será en algún momento, con las tensiones por las que atraviesa el niño (inicio de la escolarización, frustraciones con sus iguales, normas y límites familiares,…) cuando el manejo de esa tensión pueda provocar de cara al exterior, conductas agresivas que tal vez excedan la normalidad.

La idea sería, ¿qué quiere transmitir el niño con esta manifestación?

La agresividad del niño no busca agresión, busca reconstruir la línea de cuidado que en su momento se vio interrumpida. Será el medio facilitador que esté a disposición del menor quien pueda transformar esa agresividad en creatividad, recuperando la conexión emocional que necesita el niño para continuar con su desarrollo de una manera normalizada.

El problema aparece cuando este restablecimiento no se da. La conducta incipientemente problemática, no es contenida por un medio ambiente que facilite esta reconstrucción y de esta forma la conducta problema se va instalando como una característica formal de funcionamiento en el niño.

Aparece en el ámbito familiar y se traslada al ámbito social (escuela, iguales, sociedad) y también en ese sentido, la contestación que el menor recibe es proporcional a la agresividad que coloca en su medio ambiente. La misma que le hizo sufrir una discontinuidad con su línea de desarrollo emocional, asentándose cada vez más la ruptura entre lo que hago y lo que necesito. La bola de nieve se hace cada vez más grande, los estallidos agresivos más graves y las posibilidades de escuchar, más allá del ruido, más difíciles. Lo patológico se instaura como característica de la personalidad del adolescente y las posibilidades de recuperación son más complejas.

De la falta o escasez de cuidados también crecen niños/as con poco tono y una actitud huidiza o temerosa. Ósea que ante similares escenarios materno–filiales, habría niños/as que a la postre pudieran desarrollar actitudes demandantes, atrevidas y/o confrontativas, , pero también habrá quienes decidan invisibilizarse ante la mirada ajena. Niños/as, que van desarrollando una noción de carencia de valor de sí, que les limita el deseo de explorar el contacto con los demás.

La actitud agresiva adquiere una vertiente externalizante, manifestándose en la relación, mediante la actitud de desafío, control, exhibición o similar. Y en el segundo caso, la agresividad se internaliza, se “traga”, se guarda, generando autoinculpación.

Las dos modalidades representan modos peculiares de afrontar las relaciones y dependerá del grado de desajuste que presenten, el que puedan llegar a ser considerados como conducta problema. En tal caso, hablaríamos de expresiones mal moduladas del impulso agresivo.

También hay que destacar que es una forma de decir, de señalar “un sufrimiento” que no se sabe mudar en palabras. Esto nos puede parecer sorprendente, pero es indudable el valor de mensaje del comportamiento agresivo, aunque la forma que se elige para “decirlo” hace que lo que se necesita del otro, nunca llegue a ser recibido, bien porque el modo agresivo genera miedo o rechazo, pero fundamentalmente, porque la petición de fondo que el acto agresivo lleva encriptado, es una demanda de pertenencia, de ser bien-mirado y tenido en cuenta y sostenido en ese mirar.

En este sentido, la conducta agresiva cabe ser entendida como una no cesión ante lo que se intuye como no recibido, presenta una disposición hacia la subsistencia, hacia la pervivencia y busca tenazmente suturar el dolor que genera esa carencia, por cualquier vía.

El problema radica en el hecho de que los condicionamientos originales, de crianza y cuidados hayan sido muy graves, o percibidos como tales. Este tipo de escenarios pueden ser la matriz de actitudes reactivas proporcionales a la carencia de cuidados vivida. En tales casos, podemos hallarnos bien ante sujetos “supervivientes” que debido a experiencias resilientes posteriores, hayan podido revertir un destino plagado de dificultades. Pero también están quienes hacen de su itinerario vital una suerte de vía crucis en donde la búsqueda del amor no recibido, trasmuta en el acercamiento a toda tipo de adicciones, conductas de riesgo y/o disruptivas.

En este sentido, el dolor por la falta de amor puede generar agresividad, pero también violencia. En la agresividad hay un deseo de comunicación, que si bien es inadecuado, no deja de tener un valor de mensaje. Hay una búsqueda de reparación, una necesidad de que desde el exterior surja alguien lo suficientemente sostenedor como para poder contener la furia, el rencor o la rabia acumulada y redirigirlo hacia una zona de impasse, en donde se dé un encuentro  y  pueda surgir la posibilidad de la  palabra como emisario reciente, de trasmisión y testigo de “aquello que ocurrió”. Como puente de un testimonio.

Sin embargo, en la conducta violenta no existe un otro al que dirigir tal o cual mensaje. No se alberga una querencia hacia la pertenencia, hacia la reconstrucción de un lazo, hacia el contacto. Ya se ha prescindido del deseo de ser significativo para el otro, de recibir el arrope de su mirada. Quizás lo hubo, pero en su devenir de dolor emocional, en el tránsito de ausencia de cuidados, se difuminó. Así el sujeto sucumbió al dolor ciego y al hecho de su irreversibilidad. Ese dolor desmedido, pudo generar anestesia emocional (o no) y un actuar destructor igualmente desmedido. En tal estado de cosas,  no hay cabida para la restauración, ni para el sueño de poder ser rescatado.

Miedo, angustia y conducta

Miedo, angustia y conducta

Tendría yo unos cuatro años, cuando al entrar en casa me encontré con un grupo de mujeres de pie situadas alrededor de la mesa grande de la cocina. No se dieron cuenta de mi presencia, tan entregadas estaban, observando lo que ocurría en el mismo centro de la estancia. Me hice paso entre aquellos cuerpos y observé que había una muchacha tendida boca arriba en la misma mesa de la cocina. Tenía la barriga a la vista y mi abuela Leocadia la estaba masajeando en la “boca del estómago”. Me llamó la atención su agitación, su respiración entrecortada y aquel gesto de pavor en su rostro.

Mucho años más tarde comprendí que lo que allí se estaba cocinando era algo muy particular. La joven, en cuestión, había sufrido un ataque de angustia y aquellas mujeres la estaban calmando, creando un círculo, una matriz a su alrededor. La estaban aliviando, tocándola de forma confiable, en ese lugar del cuerpo en donde el sobresalto se resguarda, en ocasiones

En tiempos me pregunté que hubo de haber sido lo que generó tanta angustia a aquella mujer. Más tarde comprendí que es del todo imposible saber acerca de la angustia del otro, ya que los otros, cada otro, están íntimamente concernidos por el enigma del sentido de su vida. Un enigma, un no saber sobre algo que se sabe que opera en cada cual, y que si bien en ocasiones conseguimos poner en palabras, en otras se nos diluye, dejándonos abierta el agujero de la boca del estómago, una y otra vez. Ese agujero metafórico en un cuerpo que se deja sentir y que nos advierte de un hueco a nivel del sentido de ser.

No se trata de miedo en tal caso, aunque éste puede ser una forma de referirnos a ello; uno de sus significantes, como pánico o ansiedad. Pero el miedo siempre tiene un objeto. Se tiene miedo a tal o cual cosa, pero no ocurre así con la angustia, cuyo objeto siempre se nos resiste. Desconocemos el porqué de nuestra angustia, aunque sabemos que tiene que ver con la experiencia vital de sentirnos en falta.

Precisamente dicha experiencia de incompletud nos hace buscadores, sujetos deseantes y creadores de la vida que vamos construyendo, a partir de encuentros, decisiones, etc.  Una vida que reconocemos como propia y a la que aludimos echando mano del relato de nuestra biografía y, en definitiva, refiriéndonos a ella mediante el uso del lenguaje. Una vida, pues, construida con palabras; palabras de las que disponemos para nombrar incluso el propio silencio, el desconcierto o el éxtasis. Palabras que vamos incorporando a nuestro decir para podernos decir, poderlo decir y poder recordarlo. Así, irnos identificando al relato y desde ahí irnos reconociendo, como si las palabras, al pensarlas o decirlas, tuvieran un efecto especular identificatorio y nos reflejaran quienes somos.

Diremos que la angustia emerge, cuando lo que sabemos de nosotros no resiste el envite de alguna experiencia inédita y nuestro relato queda rasgado e incompleto, con lagunas desde cuyos intersticios se filtra esa experiencia que Claudio . Naranjo llamara “oscurecimiento óntico” y que Jacques Lacan  refiriera como vivencia de “falta en ser”

Volviendo a la escena en la cocina de mi casa, podemos señalar que el cuerpo de aquella mujer se agitaba al no poder destilar en palabras alguna experiencia propia que la invadía. Su cuerpo era vehículo de un vigor sin freno y un decir mudo, con un apenas suplicante “no, no, no!!!” angustiado, que invitaba a suponer que había un otro destinatario. ¿No, a qué y a quién? A lo que emerge como amenaza invadiendo el campo mental. Una amenaza que acecha desde afuera y ante cuya presencia cabría plantarse e inquirir ¿por qué a mí? Un cuestionar al otro sobre sus caprichos, exigencias y, en el fondo mismo, sobre su vacío y deseo. ¿Qué quieres que sea para ti? El espanto en su rostro hacía pensar que en ella se dirimía la experiencia de una omisión, de una respuesta que no acababa de darse para así poder frenar, al menos momentáneamente, el efecto succionante de la pregunta.

Siempre nos hemos hecho preguntas y siempre nos hemos inquietado ante el vacío de respuesta o ante la amenaza de destino. Pero cabe pensar que nuestra sociedad tecnificada y de ritmo rápido, es terreno propicio para el surgimiento de la angustia, ya que ésta resurge cercana a la incertidumbre y la transitoriedad. La existencia de un futuro desdibujado, sin demasiado norte y con pocas garantías es terreno propicio para “el único sentimiento que no engaña”, tal y como lo definió Lacan en su Seminario X.

Esta modernidad líquida, como lúcidamente lo ilustra Zygmunt Bauman, nos sitúa en un escenario sin certezas, volátil y transitorio, en el que el “no future” de los Sex Pistols se impone como punto de certeza, ante un mañana que se mira de refilón y, en ocasiones, ni se espera. “Vive la vida, exprímela!!!”,  se postula como lema de actualidad, como mandato a “disfrutar de la vida”, no tanto desde una posición dionisíaca de apertura al placer, sino desde un olvido del ser y su deriva hacia el tener más que, más rápido que , más veces que…Hacia el sinsentido del vivir agitados, obedientes al mandato del plus de gozar, como si en ello estuviera la quintaesencia del vivir.

Muchos jóvenes que hablan a través de sus conductas disociales, se hallan en la encrucijada de tener que crearse un destino, pero con la rémora de no disponer de  un GPS interno que les oriente, unas marcas cardinales que les guíen, ya que crear una dirección en la vida requiere del encuentro con un otro presente y real, que haga las veces de sostén confiable y ejemplo, un otro que desde sus limitaciones pueda orientar al joven en la dirección de un destino que está por crear y en el cual puede aspirar a tener parte activa. Un Otro que suscite en el joven el gusto por la pregunta y, en definitiva, a cuestionarse  acerca de su deseo para sí ponerlo a caminar. Sin estas experiencias de lazo que estimulen el relato y la palabra, el sujeto está más expuesto a lo que mi abuela Leocadia denominaba “izen gabeko penia”(la pena sin nombre); es decir: angustia.

Miedo, angustia y conducta

Un individuo con objetivos pero sin valores es un individuo desorientado

AutoraMaite Ayerra Mitxelena (Psicóloga y Grupoanalista)

             http://www.psicoterapiagrupal.com/

 

Desde pequeños estamos educados para conseguir objetivos, que en un futuro depende para quien más cercano o lejano…, pero futuro, nos proporcionara un estado de bienestar.

caminante-no-hay-camino

…el camino se hace al andar…

Frases de la vida cotidiana de todos nosotros están plagadas de afirmaciones de este tipo: estudia y tendrás un buen trabajo, esfuérzate y conseguirás escalar en lo profesional, encuentra una pareja, forma una familia, etc. ¿Y quién te lo asegura? Nadie, las cosas vitales no se pueden asegurar.

Igual que en las cosas que compramos, queremos pensar que el seguro que tenemos, lo cubrirá todo y nos olvidamos de la letra pequeña. La letra pequeña, en los objetivos vitales también hay letra pequeña y por lo tanto también hay un margen de riesgo.

Ese camino costoso hacia nuestros objetivos, no está asegurado y ponemos toda nuestra energía en ello, abandonando el presente, el aquí y ahora a un horizonte de futuro incierto.

Los objetivos son necesarios, como guía, como GPS, pero igual que estos últimos se confunden de dirección y dan la vuelta, o encuentran otra ruta alternativa, nosotros también debemos cuestionar nuestros objetivos. Nuestros objetivos son nuestro mapa de ruta, una orientación que dota un sentido a nuestra existencia. Sin embargo nuestra existencia se está dilucidando en el directo, en el presente y el ahora que cada nuevo día nos ofrece.

Los objetivos nos guían los valores nos orientan, nos orientan a disfrutar del camino, a apreciar los pequeños pasos, estar receptivo a lo que sucede, a abrir la puerta a lo improvisado, a lo inesperado, lo que se encuentra mientras busca algo diferente.

Un camino construido con objetivos pero sin valores es un camino estéril, es un sin vivir para vivir mañana, es un sembrar para no poder disfrutar de lo que se recoge. Cuántas vidas llenas de logros son para sus protagonistas un mar de tempestad y de angustia, en la que no disfrutan de lo que hacen, imponiéndose una exigencia externa que no les tiene en cuenta.

Son protagonistas de una película, en la que lo importante es la película, olvidándose de ellos mismos. Buscando compensar en el reconocimiento externo, una vida que pierde sentido, porque la voz de su protagonista, está constreñida por un guión, en el que no cabe sentir, pensar o conducirse de forma diferente y disfrutar de lo que va aconteciendo fuera de lo previsto.

 

Neurosis y fenomenología

INTRODUCCIÓN

PSIKE-Kepa Torrealdea

PSIKE-Kepa Torrealdea

En este artículo quiero plantear algunas cuestiones sobre el hecho neurótico, desde un punto de vista más fenomenológico que academicista. Trataré de plasmar algunas reflexiones y aprendizajes que he ido incorporando, como paciente primero y como paciente y psicoterapeuta después; aún ahora.

El origen del término se encuentra a finales del siglo XVIII y se le atribuye al médico escoces William Cullen quien consideraba la neurosis  como un trastorno general del sistema nervioso que no concurriera con lesiones orgánicas demostrables. Sin embargo, fue Sigmund Freud quien afínales del 1800 introdujo el concepto de psiconeurosis, al albor de sus trabajos sobre la histeria y las obsesiones. En adelante elaboró una clasificación de sumo interés (neurosis de angustia, fóbicas, histéricas, depresiva, etc), que hoy está en desuso, a no ser en ámbito psicoanalítico propiamente.

Dentro del apartado de los trastornos mentales, la neurosis como patología estructural dejó de tener su sitio en los manuales de psiquiatría a partir de la publicación del DSM-IV. En adelante, se hizo una apuesta clara por un ordenamiento categórico y ateórico de los trastornos mentales, bajo la principal guía de los síntomas, signos y síndromes.

Decíamos que  este concepto goza de buena salud en el ámbito psicoanalítico y, por extensión diré que también entre quienes somos conocedores del aporte freudiano y hemos recibido formación suficientemente afín. Y cómo no!!…es de uso coloquial en situaciones sociales corrientes como sinónimo de estrés o alteración nerviosa, etc. Pero con todo ello ¿qué es la neurosis?

 

NEUROSIS: Una definición

En primera instancia, la neurosis es un cajón de sastre en el que entran diversas formas de vivir doliéndose. Tenemos al tiquis-mikis, que sufre por no poder consumar su deseo de perfección, siempre y en cada momento; está el receloso que ve el recodo del camino allá donde solo hay una amplia avenida, el melancólico que solo escucha canciones que mal-acaban, el narcisista que siempre pasa cerca de la tienda de espejos, a pesar de que es el camino más largo para llegar a casa, el distante solitario que dejó de hablar-te y comenzó a susurrar en silencio… y otras tantas formas de adaptación al entorno.

Todas y cada una de estas maneras y otras, con sus muchos matices  de estar conviviendo con uno y con los demás, son el resultado de la biografía ecológica (orgánica, cognitiva, emocional, social…), en la que cada cual participa desde el momento en que es imaginado y más tarde concebido, hasta ese otro en el que muere. Diremos pues, que los ejemplos caricaturizados son formas adaptativas al medio y se caracterizan por patrones discursivos y emocionales cristalizados, ajenos a la consciencia del sujeto

Son simplemente, formas de estar en el mundo, formas surgidas en el devenir evolutivo echando mano de lo que se tuvo a mano. Pero no sólo son conductas; también son forma de pensar (distorsión cognitiva), sentir (sentimiento dominante) y relacionarse (pautas de interaccion). Es aquello con lo que me identifico, aquello que soy para mi y aquello que creo ofrecer a los demás.

Clínica Gestáltica: Metáforas del Viaje. Albert Rams

Clínica Gestáltica: Metáforas del Viaje. Albert Rams

No obstante, uno no se convierte en neurótico por pertenecer a una tribu psicopatológica (Albert Rams. “Clínica Gestaltica”. Ed: La Llave) u otra. Dichas tribus o tipologías, son meramente los trajes de individuo que unos y otras hemos ido calzándonos, habida cuenta de las circunstancias que hemos ido viviendo, en tanto hacíamos para ser vistos.

El hecho neurótico acontece de forma visible y dolorosa cuando el personaje que vestimos hace aguas. Me explico: cuando estresores internos (enfermedad, p.e) y/o externos (perdida de un ser querido, pérdida de empleo, soledad no deseada, p.e), imprimen excesivo peso de tensión, preocupación, desconcierto, miedo, etc, en el psiquismo de un sujeto, en relación a su nivel de tolerancia a tales aspectos; aquel estará en riesgo de caer en una crisis emocional. Es aquí y ahora cuando el sufrimiento emocional aparece, pudiendo así hallarnos ante una crisis neurótica.

 

ALGUNAS CARACTERÍSTICAS

Como primer principio diré que la neurosis es un proceso de inoculación o aprendizaje por ósmosis vincular. Como tal, supone constancia, dedicación y mantenimiento. Uno acaba siendo neurótico de una forma bastante exitosa al cumplir la programación pa/materno-filial que se le ha aplicado, a través de la palabra, del grito, el gesto o el silencio. La constancia en el reproche, la repetición en la desaprobación, la exigencia o la infravaloración en la mirada, la frialdad en el beso, la moralina sobre el “cómo debes de ser” y otras tantas formas de ¿educar?.

Ingerimos, sin llegar a masticar ni metabolizar, la neurosis de nuestros pa/madres y así somos educados a través de los “debes”, prudencias miedosas, exigencias desmedidas, ausencias dolorosas y demás modalidades de sombra de nuestras primeras figuras de apego.

En segundo lugar, la neurosis es una forma de estar en la vida, una solución de continuidad, para no continuar solo/as (o eso pensamos). Ser alguien, supone ser alguien para ese Otro, bajo cuya mirada crecemos y somos, buscando tras cada paso el gesto de aprobación o el asentimiento que nos reporte un soplo de alivio sutil. Siendo para el Otro, aprendemos a sentir, pensar y relacionarnos, con el propósito de ser querido por el o por ella. Ser para ese Otro, supone consumar un proceso de introyección de aspectos identificatorios o contraidentificatorios, en gran medida inconsciente, de patrones de conducta, nociones de bien y de mal, expectativas de vida y ¿elección? de nuestro destino, etc. En definitiva, desarrollar un guión de vida acorde a un legado ma/parental.

En tercer lugar, la neurosis es un cinturón de castidad, un corsé que nos penetra. Es ponernos los cuernos, es darnos la espalda. Ser para alguien, para dejar de ser para sí y en el fondo y más allá de las interferencias propias de cada sombra, también para ese Otro. La neurosis supone sufrir, porque limitamos nuestra potencialidad de Ser.

Supone haber sido educado, para tener un lugar en el sistema. Elegir un lugar que de haber podido elegir, nunca hubiéramos elegido. Es lo aprendido que se vuelve caduco. Es el programa fijo que aplicamos si o si, a las diferentes situaciones del día a día. Es la parte robotizada y automatizada, rígida por lo inflexible, con el que nos identificamos, diciéndonos “yo soy así, yo pienso así, yo siento así, yo me relaciono así…”.

Es importante aprender a Ser, aunque sea mejor descubrir quien somos, o mejor aún, como vamos siendo en tanto vamos ocurriendo.

Todo esto no choca con lo necesario de contar con datos administrativos (nombre, apellido, lugar de residencia, profesión, aficiones, etc.) a través de los cuales proyectar un rol y tener un punto de auto-reconocimiento con nuestra imagen, ante si y ante los demás. Pero cuidado en confundir “el corta y pega” de nuestro rol-imagen, con “eso otro” que somos (estamos siendo) y ante lo cual solo podemos aproximarnos retrotrayendo la mirada hacia dentro y hacia fuera, de forma pendular y atenta, en aras a ir asentándonos en el borde del ir-y-venir, para ir aprendiendo a mirar desde ahí,…que siempre será un aquí.

Estábamos pues en que lo aprendido cuando está revestido de automatismo y de repetición en ausencia del ejecutante, te aleja de ti, me aleja de mi. Si se funciona así, se pierde contacto con el potencial y con la necesidad. Digamos, más bien, que actuamos sin habitarnos, percibiendo nuestra “hacer-sentir-pensar-relacionarnos” como nuestra naturaleza, cuando en realidad, solo es nuestra máscara.

La toma de conciencia de la falta, de la herida, abre la posibilidad de iniciar un trabajo de redescubrimiento, un viaje expedicionario, que de porfiar en él, apostando por recorrerlo, te permite llegar a recuperar el contacto con la planta de tus pies, a sentir el latido de tu pecho y degustar más espacio dentro de tu piel. Puedes llegar a ser más orgánico y así transitar por la experiencia de Ser de una forma más atrevida y amorosa y no experimentada antes. Sigues incompleto, pero no duele tanto. Sigues deseante y ello te anima a buscar y cuestionarte. Te mueves porque nunca llegas, pero “haces camino al andar”. Si a lo largo de ese trayecto aprendes a ser testigo y partícipe del viaje de tu vida, tendrás momentos de libertad, podrás comprender “algo” no “visto” hasta ese instante. Si practicas la experiencia del percatarte y te planteas el reto de ser más participe de ti, estarás cada vez más ante lo que surge ¡ya!, sutil, “por lo bajinis…”, “casi inaudible, invisible, imperceptible…”.

Afinarás el diapasón.  Sigues necesitado después de todo, pero puedes alcanzar cotas de bienestar de esa otra manera que solo se conoce cuando se llega. ¿Pero cómo iniciar el camino?

 

APOYANDO EL CAMBIO (para pacientes en terapia)

PSIKE y psicoterapia

PSIKE y psicoterapia

Diré que para iniciar el camino de revisión es necesario DESEAR.  Es necesario querer hacerlo y para querer hacerlo, es necesario mascar polvo, estar mal y querer sobreponerse. Uno se plantea iniciar una terapia para arribar en un lugar mejor, quizás lograr una nueva posición interna ante si y ante el mundo.

En definitiva, podemos empezar la terapia con un deseo interno de  acabar encontrando la fórmula para dejar de sufrir, sin comprender que un psicoterapeuta no es precisamente un anestesista, sino más bien alguien que te acompañará en el trayecto, tanto como tú le permitas que te acompañe (y no me refiero solo al tiempo cuantitativo) y junto con quien palparás estancias propias que han estado desconocidas, al haber vivido en la penumbra del miedo o la represión. En ese trayecto comprenderás muchos “porqués” tuyos.

Descubrirás las causas de tus habituales automatismos, tus redundantes diálogos internos, de tus spams molestos, de tus bajadas y subidas, de tus enganches habituales También aprenderás a convivir con el desconcierto y la aridez, a apreciar más lo pequeño, a ser curioso por la vida y las gentes. También aprenderás eso que yo no sé y tu llegaras a saber, porque eres TÛ quien recorre TÙ camino con el enfoque de TÙ mirar.

Si los humanos no tuviéramos capacidad de INSIGHT , la terapia carecería de objeto alguno, ya que en ella buscamos encontrar algo nuevo que aporte luz. Comprender es una de las finalidades de toda terapia. Comprender nos abre a la posibilidad de cambio. Comprender es un inestimable alimento en momentos-desierto, sin embargo, no es suficiente para asentar dicho cambio.

No basta solo con el darse cuenta. También hace falta sacar cuentas, asumir la tarea del cambio y generar mis propias respuestas ante “eso que he visto”. Alerta y responsabilidad. Los automatismos, funcionan con tenacidad y si desconectas (por apatía, por un modus vivendi agitado o por una actitud de huida ante el silencio, entre otras razones), te vuelven a revestir.

Aquí me atrevo a plantear una sugerencia de trabajo, siendo consciente de que no hay nada mejor que aquello que se ajuste a la cintura de cada cual. Por mi parte, entiendo que una forma de vérselas con el problema de la máscara neurótica, está en el propio problema. Me explico.

 

El hábito hace al monje.

Cabe pensar sobre esta cuestión de forma paradójica. El hábito-ropaje, viste al monje. En la misma medida, el hábito-ropaje penetra su significado en la desnuda piel, entrando a ser segunda piel, por hábito. Ósea: por repetición. Esta sería la primera parte de este camino: el repetir, hasta generar una segunda naturaleza o dicho con mas acierto: una sensación de familiaridad. Si me visto el habito, habitualmente ocurrirá. Georgio Nardote, proponía en una de sus conocidas estratagemas la siguiente prescripción: “si no tienes Fe, reza como si la tuvieras y la Fe llegara” (“El arte de la estratagema”. G. Nardote. Ed: Paidos).

Se trataría pues de la mirada. Vemos el mundo externo con las dioptrías propias de nuestro mundo interno y así, enfocamos aquello que sale de nuestros ojos. Aquí se trataría de que pudiéramos experimentar una mirada distinta. ¿Pero acaso así no estamos tratando de autoimponernos aquello que no nos surge de natural? ¿Se trataría de reír cuando estamos tristes o de llorar cuando estamos alegres? ¿Se trataría de creernos una mentira; de darnos la espalda (una vez más)? ¿Estamos hablando de adoctrinarnos? ¿Autosugestión quizás? ¿Psicología del YO?

No, no va por ahí. No hay sugestión, si hay conciencia del movimiento que se elige hacer. Y es aquí donde hago mención a la segunda parte de este camino que propongo: La elección consciente como respuesta.

Vamos a ilustrar el alcance y matiz de las ideas recogidas en este apartado, valiéndonos de un ejemplo médico habitual. Veamos:

…Un paciente aquejado de una posible psoriasis consulta al médico en busca de una solución a su problema. El médico le manda hacer analíticas concretas para detectar posibles intolerancias a alimentos. A la postre, los resultados señalan una reacción de intolerancia a los carbohidratos…”

Bien, tras los resultados positivos ofrecidos por el test, el paciente sabe cuál es el camino a seguir para reequilibrar la salud de su piel: una dieta adecuada. Ahora la pelota está en su tejado. El darse cuenta o insight – salvando las distancias con un insight de cuño propio-; ósea la evidencia de que el positivo dado pueda ser la clave de sus problemas dérmicos, le coloca en la tesitura de tener que sacar cuentas y generar sus propias respuestas (responsabilizarse).

En este caso y yo creo que en todos, la apuesta por la mejoría supone honestidad con uno mismo, capacidad de auto-perdón (porque tenemos derecho a caer) y constancia en la tarea. El entrenamiento se convertirá en natural si nos habituamos a él y somos autores del gesto. Si no lo olvidamos, si lo ensayamos, en tanto estamos presentes en el ensayar. Esto lo saben bien los maestros del taichi y/o de la meditación. Se trata de forjar una sabia autodisciplina consciente, que no una autoexigencia descalificadora. También se trata de mirada en esta cuestión.

Decía también Rudolf Nureyev: “…puedo disfrutar del arte del danzar, una vez domine la maquina de expresión ósea: mi cuerpo” (“El País” Nov-1998). Algo similar, aunque en otras palabras, se le atribuye al pintor malagueño Pablo Picasso. Dicen que una periodista le interpeló al respecto de su inspiración. Este, con la mirada clavada en su interlocutora zanjo: “la inspiración siempre me pilla trabajando” Claro que él disfrutaba con lo que hacia; aunque yo diría que “acaba gustando aquello que se hace propio “(“La sexualidad”. Michel Meignan. Ed: Sirio).

Elijamos el camino. Paradójicamente, muy a menudo, el mejor nunca es el más fácil. Exploremos en él y hagámoslo propio con presencia, porque la infelicidad también es un habito que ha tomado cuerpo de tanto haberlo repetido, generando en nosotros la falsa experiencia de que siempre ha estado ahí. También es un logro ser infeliz, ya que logro es aquello que se ha conseguido.

Consigamos lo contrario, por alerta-elección-integración-alerta. Quizás así, podamos experimentar sin esperar tanto del exterior.

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