“Anualmente el día 20 de noviembre se celebra el Dia Internacional de los Derechos de la Infancia. Es un día de celebración por los avances conseguidos, pero sobre todo es un día para llamar la atención sobre la situación de los niños/as más desfavorecidos…”(UNICEF)
Al hablar de derechos infantiles es frecuente que nos asalten a la memoria imágenes de penurias desgarradoras como la hambruna de tantos países de sobra conocidos, las avalanchas migratorias con menores como protagonistas, acompañados o a solas, los negocios de prostitución con niñas compradas o secuestradas y prisioneras de un destino muy difícil de esquivar, así como un largo etcétera de situaciones y vidas dañadas que dan muestra clara de las desigualdades geopolíticas y , sobre todo, de las pocas ganas de los países poderosos de arrimar el hombro y ayudar. Por el contrario, se acrecienta la avaricia, el matonismo y la desafección empaquetada en perversas y solemnes palabras fraternales, solidarias, salvíficas, que dan cuenta de lo peor de la especie humana.
Luego están, menos mal, las personas que toman partido. Son las menos, pero están y dignifican el género humano. Son aquellas que no miran para otro lado y se ponen manos a la obra a ayudar, Estoy hablando de quienes a través de ONG-s, fundaciones, organizaciones del tercer sector, de terminadas propuestas políticas o de modo particular, colaboran en mitigar la miseria en todos sus órdenes.
La nuestra es una sociedad avanzada en donde a pesar de no haber horrores como los arriba mencionados, también hay submundos en donde las penurias son reales, así como lo son las familias que piden limosna o los niños y niñas que viven situaciones de desprotección en diferente grado. A pesar de que en nuestro entorno dispongamos de una red de servicios sociales, sanitarios y comunitarios avanzada, así como una cultura de solidaridad real que se nutre de un pasado migratorio que ha hecho de la hospitalidad un valor sumamente necesario y reconfortante, no debiera de haber pretextos para seguir apostando por fórmulas de mejora en la atención de situaciones de vulnerabilidad infanto-juvenil y, fundamentalmente, hay que reflexionar sobre el tipo de sociedad que queremos crear y dejarles en herencia.
La literatura común sobre los derechos de la infancia está íntimamente ligada a situaciones en donde la conculcación de los mismos ha sido flagrante. Es decir, situaciones en los que la ausencia de derechos ha sido la pauta y ante lo cual la idea de progreso o avance consistiría en el hecho de enunciar, consensuar, proveer u otorgar derechos. Así, en las sociedades occidentales vinculamos la modernidad con el progreso y el progreso con los logros. En este sentido cabe señalar que hablamos del logro de derechos en términos de valor e, implícitamente, de plusvalía. Frases tales como “la vida de un niño africano no tiene valor”, no son casuales ni tampoco metafóricas, pues la hambruna y la muerte acaban dando razón a la literalidad del enunciado.
Orientemos por un momento la mirada hacia nuestra sociedad y enfoquémonos en el análisis de los infantes y adolescentes hiperconectados, hiperestimulados, hpersexualizados (J.R. Ubieto). ¿Cuáles serían los derechos que les son conculcados a estos niños/as de la era digital, del tecno-ocio, de la tecno-pornografía, que viven enchufados sin apenas pausa a un Otro que promete colmarles de cosas, con la salvedad de que no dejen de consumir? Un Otro que cual mago saca de la chistera productos de mayor atractivo (plusvalía) que al poco de salir al mercado, se presentan con la marca de lo obsoleto, de lo prescindible. Un Otro que manipula las necesidades de los menores de edad, así como las nuestras, multiplicándolas hacia el infinito y más allá.
Quizás debamos de mirar el logro de derechos no sólo como un plus que debiera de ser conquistado o como una ausencia que hubiera de colmarse, en términos cuantitativos. Quizás en la relativo a la infancia y adolescencia, tengamos que dialectizar y comprender que más no es necesariamente mejor, ya que el más de mercado de consumo, siempre es un menos.
Vivimos en un mercado de consumo feroz, basada en la oferta y la demanda, con una tecno-semántica en donde significantes como valor, logro o conquista acaban perdiendo la polisemia y subvierten su sentido en una única dirección: la ganancia de capital.
Una sociedad que entroniza el consumo como principal modo de adquisición y logro de felicidad, puede llegar a convertir el logro de derechos en objeto de consumo. En este sentido, cabe tener una cierta prudencia ante proclamas que alientan al derecho a acceder a derechos, ya que si bien el acceso a los mismos es lícito y hay que hacerlo valer, no resulta fácil un buen uso de los derechos, ya que eso supone hacer un buen uso de las responsabilidades emparejadas.
Cabe pensar que el Pedid, y se os dará (Mateo 7:7) bíblico, es una invitación a crear siervos o personas que liguen su condición de sujeto a la providencia, al mana o como el psicoanálisis nos ha enseñado, a la no castración. Por el contrario hay que proveer a los infantes y jóvenes de la experiencia de la RENUNCIA AL TODO del consumismo, para poder acompañarlos en sus dificultades, parones, indecisiones, y, poco a poco, ayudarles a mirar el futuro con cierto espíritu, con un cierto gusto por la vida.
Dicho de otro modo, los derechos cabe entenderlos como patrimonio (valor) que haya que bien-cuidar, de forma apreciativa y no malgastarlos, como la batería del móvil, o usarlas como piedra arrojadiza (…tú no tienes derecho a nada…” “…yo tengo derecho a….y si no te denuncio…”). Un patrimonio y un hacer uso de los mismos orientados a lo que la legislación actual establece como bien superior de la persona menor.
Volviendo a la pregunta acerca de qué derechos son los que se conculcan a los menores de edad, cabe pensar en el derecho a tener responsabilidades, entre otros.