Violencia filioparental o filiomarental
No parece ser del todo cierta la idea de que la violencia filiomarental sea fruto del desvarío de los tiempos modernos. Muy en contra, los expertos apuntan a que el gran eco social de esta problemática, hoy en día, se debe más a los cambios en la legislación y a la extensa difusión del fenómeno en los medios de comunicación actuales.
Es posible que en el pasado, la culpabilidad, la falta de recursos de ayuda y una noción equivoca de la privacidad (“la ropa sucia hay que colgarla dentro de casa”), limitaran a las madres y padres a denunciar este tipo de altercados familiares.
Unos de los aspectos que más me ha llamado la atención de este tipo de violencia es su definición como filio-parental, cuando en realidad es un fenómeno filiomarental.
En este sentido, hay investigaciones recientes en la Comunidad Autónoma del País Vasco, que apuntan que entre el total de casos existentes, son los chicos quienes en un 80% se llevan la palma. ¿A quien se le escapa, dicho lo dicho, que nos hallamos ante una modalidad infanto-juvenil de maltrato de género? La única diferencia estribaría en el hecho conceptual de que la condición “sine quo non” para determinar un maltrato como de género, entre él y ella, tiene que haber una relación de pareja. Una vez más se constata que “lo que se come se cría”; aunque no siempre es así.
Por otro lado, se sabe que un porcentaje elevado de mujeres agredidas por sus hijos, se hallan en situación de monoparentalidad. Mujeres que posiblemente habiendo sido objeto de maltrato por parte de sus parejas, deciden reiniciar sus vidas en compañía de sus hijos, quienes acaban repitiendo el rol parental en ausencia de aquel. Todo ello, con el agravante de que estos chavales estarán, si cabe, “más desatendidos” por el hecho de que sus madres han de trabajar para “pagarles la vida”.
Parece ser que la manifestación de esta modalidad de violencia, se da en entornos familiares desligados, donde la circulación del afecto y la vivencia de un sentido de pertenencia son deficitarias, generando personalidades adolescentes escasamente autónomos, dependientes y con poca noción del ejercicio de la empatia.