Un maestro Zen decía que había que desear la Iluminación con la misma intensidad con que se desea el aire cuando uno está sumergido bajo el agua. La iluminación es, simplemente, ver las cosas como son, y entonces el mal y el dolor desaparecen, por lo menos el mal y el dolor inútiles, que son, con mucha diferencia, los más frecuentes.
El segundo tipo de dolor viene por la atención sesgada: Un detalle doloroso nos absorbe de tal manera que se nos escapa toda la bendición que le rodea. A una niña caprichosa le acaban de regalar un coche reluciente y precioso. Cuando se acerca con sus nuevas llaves, ve una cagada de paloma justo en medio del parabrisas. Si está iluminada, sonreirá con ternura hacia la pobre paloma que no tiene nada mejor que hacer y disfrutara de un delicioso paseo. Puede que antes limpie la cagada, puede que no, después de todo no es un detalle tan importante. Pero ya dije que era un niña caprichosa, lo cual significa que le gusta apegarse a detalles sin tener en cuenta el contexto. Así que dará un grito de dolor, mirará al cielo, maldecirá a las palomas y se dirá a si misma cosas tales como “¿Por qué me tiene que ocurrir ésto a mí?” “Ya me han chafado el día” “Que mala suerte tengo”
Las reacciones pre-programadas tratan todos los dolores igual, como si todos fueran la señal de algo muy importante, vital, que requiere atención e intervención inmediata. Por eso, en la percepción ordinaria, la vida duele un montón.
Te voy a pedir un favor: Mira fijamente a la niña caprichosa a los ojos y dile : ¿Que prefieres, el coche o la cagada de paloma?